EL CASO DE GEORGE ROUAULT (París, 1871 – 1958) nació en el seno de una familia humilde, sin embargo, su abuelo materno le descubrió desde que era pequeño el mundo de artistas como Coubert, Manet o Daumier. Como demostraba especial interés en la escuela de dibujo, con catorce años entró como aprendiz de vidriero, en el taller de dos de los mejores artesanos y restauradores de vidrieras de París. A la vez tomaba clases en la escuela de artes decorativas, donde se le encargó los dibujos de las vidrieras para la Escuela de Farmacia de París, encargo que rechazaría por deferencia a su maestro, con quien estaba trabajando en ese momento.
En 1890, Rouault entró a trabajar en el taller de Delaunay en la Escuela de Bellas Artes de París, donde en esas fechas se estaban formando también Matisse, Marquet y Manguin. En estos momentos, la primera pintura de Rouault se centraba en la representación de paisajes, pero más influido por los maestros clásicos que por los impresionistas. Tras la muerte de Delaunay entró en la clase de Moreau, del que aprendió a ser escéptico con la visión que percibía de la naturaleza, el camino que realistas e impresionista habían utilizado para realizar sus creaciones, y a no considerar el arte como espejo fiel de la realidad. Y en este sentido construía sus obras siguiendo muy de cerca las enseñanzas de su maestro, como ya se reflejaba en Jesús entre los Doctores (1894), obra que ganó el Premio Chenavard ese año y que también presentó al Salón de los Champ Elyssé en 1895.
Sin embargo, su presencia en el Premio de Roma de 1896 pasó inadvertida, lo que le produjo una gran desilusión. Decepción que no sería comparable al desánimo que le produjo la muerte de su querido maestro y amigo Gustave Moreau, dos años después. Moreau dejó a su muerte todas sus obras y su estudio al estado con la intención de que se organizara un museo. Este deseo se materializó en 1903 al abrirse el Museo Gustave Moreau en su taller y siendo su comisario George Rouault.
Mientras el museo se fue formando, Rouault abandonó sus clases en la Escuela de Bellas Artes y se dedicó a pasear por París, contemplando las escenas que se originaban en la ciudad y a los personajes que las protagonizaban, asuntos que se convirtieron en centro de sus representaciones. En 1901, se retiró durante un breve período a la Abadía Benedictina de Ligugé, donde se estaba organizando una comunidad de artistas.
Entorno a 1903, el arte de Rouault sufrió profundos cambios desde el punto de vista moral y religioso, comienza a pintar temas sacados directamente de los evangelios, La Crucifixión, Jesús y sus discípulos (ambas de 1904) y otras escenas de la vida de Cristo. No son obras amables o narrativas, son expresión de la tragedia y el sufrimiento. Como contra punto a estos lienzos encontramos representaciones de payasos y personajes del circo, aparentemente más lúdicas pero no exentas de dramatismo. Presentó una serie de acuarelas y dibujos de payasos, acróbatas y prostitutas al Salón de Otoño de 1904. Estas obras, que rompían con los temas religiosos de sus primeros años, introducen el interés profundo de Rouault por el sufrimiento y la desesperación del ser humano a través de un sentimiento de fe íntimo y profundo.
El circo fue el tema especialmente preferido de Rouault. No se trataba de un tema novedoso en la pintura, anteriormente ya había sido utilizado por artistas del siglo XIX y también estaba siendo utilizado por artistas de su propia generación: Picasso, Matisse, Léger, Dufy o Van Dongen. Para Rouault el payaso significa alegría y risa, la vía para vencer el sufrimiento. Es ese sentimiento místico el que envuelve sus creaciones, aplicando a las escenas circenses y a sus personajes un tratamiento que podría ser aplicable a cualquier escena de carácter religioso. Rouault pinta a sus personajes en escenarios indefinidos, sin público, aislados, lo que refuerza la presencia de la figura en el cuadro, como en La mujer caballo (1906).
Otro de los grandes temas de Rouault es el de la prostitución. Una de sus primera aproximaciones a este asunto fue el tríptico de 1905, Prostitutas, formado por tres paneles: Mr y Mrs. Poulot, Prostituta y Terpsichore. Rouault buscó temas para expresar su sentido de la indignación y el disgusto sobre las maldades que la sociedad burguesa permitía. La obra Prostitutas fue una de las llamativas y coloristas pinturas del polémico Salón de Otoño de 1905, núcleo originario de Fauvismo, aunque sus emotivas y dramáticas figuras de prostitutas y payasos parecen separarle del resto de los fauvistas. Fue el único de ellos que tuvo que ver, a través de sus temas, con el espíritu expresionista, por lo que a veces no se le considera plenamente “salvaje”. La presentación de sus obras en el Salón de Otoño de 1905, de paleta intensa y técnica espontánea, le sitúan dentro del grupo fauvista, aunque sus pinturas no estuvieran en la famosa Sala VII.
El tratamiento que Rouault otorga al tema de los burdeles y las prostitutas no sigue la línea que en décadas anteriores se le había dado. Sus prostitutas son el símbolo de la corrupción de esa sociedad. Prostituta ante el espejo (1906), a quien presenta más como reflejo de esa miseria que con una visión objetiva y realista. No era la mujer concreta que invitaba a su estudio para que posase, era el símbolo de un modo de vida, la universalización de una profesión miserable, sus figuras aparecían con medias o corset, como atributos identificativos de su profesión.
Su por estas escenas residía en un valor más íntimo y espiritual que le hacía establecer una instintiva identificación con esas mujeres, deformadas, desprotegidas y envueltas en miseria, cuyas miradas expresaban una infinita tristeza y el abatimiento de quienes asumen su degradación. Bajo los efectos del claroscuro que imprime en sus obras se esconde un brutal sentimiento de acusación, que sobrepasa la intensidad plásticas de los fauvistas. Tanto las prostitutas como sus personajes circenses estaban representadas como personajes vulnerables y frágiles, abandonados en medio de la inmensidad del mundo, solos e indefensos, a merced de los avatares de la vida de la calle y los caminos. Raramente en la historia del arte se había pintado con tanta repulsión y rechazo, casi asco a las prostitutas. Aunque la representación de estos temas ocupa las mejores obras de su carrera, a partir de 1914 sólo los retomará en contadas ocasiones.
Entre 1902 y 1904 también pintaría desnudos, composiciones con figuras de gran fuerza expresiva. Estos desnudos están claramente marcados por la huella de Cézanne y sus cuadros de bañistas, principalmente en los tonos azules y en el manejo de la acuarela, en la idea de los contornos que definen las formas, la utilización del arabesco y de los contrastes de color para conseguir las formas y esos cuerpos blancos y amarillos de las mujeres, modelados esculturalmente mediante pinceladas pesadas de materia pero sueltas de ejecución. En este caso su interés en el tema se centraba más en experimentar los efectos meramente pictóricos que le proporcionaba, aunque no estaba exento de cierta carga más espiritual, la pintura del desnudo le facilita la manera para ensalzar la gracia y la belleza del cuerpo femenino, por extensión de la mujer, de forma que su obra es el lenguaje que le permite transmitir una filosofía de vida y unos valores sociales.
En 1907, Rouault comienza una serie de cuadros que tenían como tema central los jueces y los juzgados, basada en los casos reales que contemplaba en los juzgados de París, donde se manifiesta de nuevo la indignación moral de Rouault. La primera de las piezas de esta serie El condenado (1907), la obra era de una fuerte tensión, enfatizada por el contraste del rojo del birrete y el negro de la toga de los letrados. En la escena se representan a un hombre y una mujer con rasgos grotescos que rayan la caricatura. Aunque la fuente de la escena era real, su presentación es intemporal, símbolo de la aflicción y el drama. Tampoco retomaría estos temas después de 1914, excepto unos cuantos retratos de jueces que realizó en los años finales de su vida.
Su obra despertó gran interés en los ambientes artísticos, prueba de ello fue la exposición individual que realizó en 1910-1911. A partir de estos años Rouault centra sus pinturas principalmente en figuras humanas. Los personajes de estas obras presentan formas grotescas y deformadas, son como espectros de obreros, comerciantes, artesanos en sus talleres, en un intento de manifestar su descontento, a la vez que le realidad, de unos modos de vida que se ven amenazados por el avance del mundo industrializado. En este sentido trabajó entre 1907 y 1914 en una serie de obras áreas suburbanas deprimidas, en las que abordaba el tema de la miseria, la pobreza y la marginación. Los protagonistas de estos cuadros son vagabundos, obreros, fugitivos, desheredados, que Rouault presentaba como héroes cristianos que redimen, que cargan con las culpas de los demás y expían sus pecados por medio del sufrimiento. En ellos introdujo la innovación técnica de usar pintura acrílica, que le permite una empastación menos refinada, en consonancia con los asuntos que estaba tratando, y eliminar el brillo del óleo. Con ello abría el progresivo aumento de material pictórico con que cargaría las obras de los últimos años.
Tras estas obras subyace el persistente mensaje del autor de manifestar su rechazo de los valores burgueses establecidos y la voracidad de la nueva sociedad individual y materialista. En Mister X (1911), Rouault expresaba esa repulsa por todos esos personajes burgueses, grandes y gordos, llenos de estupidez y orgullo, personas de éxito bien vestidas, en un retrato que permitía ver tanto su cuerpo como su alma. Esta aptitud rebelde y provocadora le llevó a burlarse de oradores, políticos, intelectuales, así como, cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, mantener una postura antialemana y a favor del pueblo judío, idea que se recoge en El judío errante (1918).
A partir de 1917, Rouault entró en una situación de seguridad económica y estabilidad vital. Se acrecentó, así, su fe en los valores artísticos de su obra, que alcanzó un mayor equilibrio compositivo y una mayor armonía entre las zonas de color.
Ese mismo año tuvo que ilustrar un texto, La reencarnación de Pére Ubú. Rouault aceptó el encargo con la condición de tener entera libertad para realizar las ilustraciones. El encargo le sirvió para crear la serie de grabados Miserere (1917), una meditación sobre la muerte que tenía en su cabeza desde 1912. Este trabajo le vuelve a llevar al estudio de las víctimas de la sociedad, de los esclavos negros, y las relaciones entre clases y razas. Durante años se dedicó a la realización de estas planchas, desde 1922 a 1927, que no se publicarían hasta 1948. La idea original del artista era crear 50 planchas que ilustraran esos temas y otras 50 referidas a la guerra, pero, finalmente, la serie que salió en 1927 constaba de 58 grabados con frases de la Biblia. La serie Miserere está en perfecta concordancia con su obra pintada, recogiendo la misma galería de personajes: pobres y ricos, jueces y condenados, burgueses, payasos, cristianos, etc.
Como había sucedido con la serie de Père Ubú, también en Miserere, Rouault realizó dibujos preparatorios, incluso bocetos al óleo, que luego pasaba a las planchas mediante la técnica del fotograbado, para terminar de perfilar los trazos en el cobre. El conjunto constituye una obra maestra dentro del género de la estampación. La obra en grabado de Rouault generó más interés y le reportó mayores éxitos internacionales que su obra pictórica.
Además de las series de grabados citadas, en 1927 ilustró Las flores del mal de Charles Baudelaire, siguiendo la misma línea de las series anteriores. A partir de 1930, vuelve al agua fuerte coloreado, logrando juegos cromáticos similares a las pinturas, ejemplo de ello son El Circo de la Estrella Fugaz (1938) y Pasión (1939). Tan intensa inmersión en el grabado no frenó, sin embargo, su desarrollo como pintor, a partir de 1930 los temas de sus estampas pasaron también a las telas, que cargaba con capas densas de pintura, colocadas en el lienzo de manera convulsiva e improvisada. Esta realización de la obra más gestual y experimental, le alejó de la carga conceptual de otras pinturas, tanto social como religiosa.
Como otros muchos artistas de su entorno, Rouault trabajó en la realización de escenografías teatrales. La reputación de Rouault y su reconocimiento internacional fue en aumento. Después de 1940, el estilo de Rouault sufrió otro cambio. Se empastó aún más su pintura, tratando de crear a través de la luz y el color que aumentara la espiritualidad de la obra. Imprimía en sus figuras hieratismo, simplificando las formas y dotándolas de falsa perspectiva. En cuanto a los temas de estos años, aunque trata pierrot y naturalezas muertas, en ocasiones vuelve a presentar la salvaje y violenta presencia de figuras humanas descompuestas, relacionado estrechamente con la Segunda Guerra Mundial, es el caso de Homo Homini Lupus: EL ahorcado (1944-8).
El impulsivo temperamento de Rouault se proyectó en todos los ámbitos de su vida. El fundamento general de su la obra de Rouault lo sitúa como uno de los pocos pintores religioso modernos. Su compromiso moral y su interés en hacerlo público queda perfectamente puesto de manifiesto tanto en sus obras religiosas, de espíritu virulento y expresivo de los primeros años, como en las representaciones más calmadas de sus años tardíos. La iglesia católica, que nunca había llegado a entender las obras de Rouault, ni la espiritualidad que ellas encerraban, se acercó a su arte después de la Segunda Guerra Mundial, incluso le encargó la realización de vidrieras.. Finalmente, el Papa Pío XII le concedió una medalla honorífica. Después de su muerte, la espiritualidad de sus obras y sus profundos y sinceros sentimientos serían plenamente reconocidos.
Más obras del autor en: http://www.epdlp.com/pintor.php?id=360
En 1890, Rouault entró a trabajar en el taller de Delaunay en la Escuela de Bellas Artes de París, donde en esas fechas se estaban formando también Matisse, Marquet y Manguin. En estos momentos, la primera pintura de Rouault se centraba en la representación de paisajes, pero más influido por los maestros clásicos que por los impresionistas. Tras la muerte de Delaunay entró en la clase de Moreau, del que aprendió a ser escéptico con la visión que percibía de la naturaleza, el camino que realistas e impresionista habían utilizado para realizar sus creaciones, y a no considerar el arte como espejo fiel de la realidad. Y en este sentido construía sus obras siguiendo muy de cerca las enseñanzas de su maestro, como ya se reflejaba en Jesús entre los Doctores (1894), obra que ganó el Premio Chenavard ese año y que también presentó al Salón de los Champ Elyssé en 1895.
Sin embargo, su presencia en el Premio de Roma de 1896 pasó inadvertida, lo que le produjo una gran desilusión. Decepción que no sería comparable al desánimo que le produjo la muerte de su querido maestro y amigo Gustave Moreau, dos años después. Moreau dejó a su muerte todas sus obras y su estudio al estado con la intención de que se organizara un museo. Este deseo se materializó en 1903 al abrirse el Museo Gustave Moreau en su taller y siendo su comisario George Rouault.
Mientras el museo se fue formando, Rouault abandonó sus clases en la Escuela de Bellas Artes y se dedicó a pasear por París, contemplando las escenas que se originaban en la ciudad y a los personajes que las protagonizaban, asuntos que se convirtieron en centro de sus representaciones. En 1901, se retiró durante un breve período a la Abadía Benedictina de Ligugé, donde se estaba organizando una comunidad de artistas.
Entorno a 1903, el arte de Rouault sufrió profundos cambios desde el punto de vista moral y religioso, comienza a pintar temas sacados directamente de los evangelios, La Crucifixión, Jesús y sus discípulos (ambas de 1904) y otras escenas de la vida de Cristo. No son obras amables o narrativas, son expresión de la tragedia y el sufrimiento. Como contra punto a estos lienzos encontramos representaciones de payasos y personajes del circo, aparentemente más lúdicas pero no exentas de dramatismo. Presentó una serie de acuarelas y dibujos de payasos, acróbatas y prostitutas al Salón de Otoño de 1904. Estas obras, que rompían con los temas religiosos de sus primeros años, introducen el interés profundo de Rouault por el sufrimiento y la desesperación del ser humano a través de un sentimiento de fe íntimo y profundo.
El circo fue el tema especialmente preferido de Rouault. No se trataba de un tema novedoso en la pintura, anteriormente ya había sido utilizado por artistas del siglo XIX y también estaba siendo utilizado por artistas de su propia generación: Picasso, Matisse, Léger, Dufy o Van Dongen. Para Rouault el payaso significa alegría y risa, la vía para vencer el sufrimiento. Es ese sentimiento místico el que envuelve sus creaciones, aplicando a las escenas circenses y a sus personajes un tratamiento que podría ser aplicable a cualquier escena de carácter religioso. Rouault pinta a sus personajes en escenarios indefinidos, sin público, aislados, lo que refuerza la presencia de la figura en el cuadro, como en La mujer caballo (1906).
Otro de los grandes temas de Rouault es el de la prostitución. Una de sus primera aproximaciones a este asunto fue el tríptico de 1905, Prostitutas, formado por tres paneles: Mr y Mrs. Poulot, Prostituta y Terpsichore. Rouault buscó temas para expresar su sentido de la indignación y el disgusto sobre las maldades que la sociedad burguesa permitía. La obra Prostitutas fue una de las llamativas y coloristas pinturas del polémico Salón de Otoño de 1905, núcleo originario de Fauvismo, aunque sus emotivas y dramáticas figuras de prostitutas y payasos parecen separarle del resto de los fauvistas. Fue el único de ellos que tuvo que ver, a través de sus temas, con el espíritu expresionista, por lo que a veces no se le considera plenamente “salvaje”. La presentación de sus obras en el Salón de Otoño de 1905, de paleta intensa y técnica espontánea, le sitúan dentro del grupo fauvista, aunque sus pinturas no estuvieran en la famosa Sala VII.
El tratamiento que Rouault otorga al tema de los burdeles y las prostitutas no sigue la línea que en décadas anteriores se le había dado. Sus prostitutas son el símbolo de la corrupción de esa sociedad. Prostituta ante el espejo (1906), a quien presenta más como reflejo de esa miseria que con una visión objetiva y realista. No era la mujer concreta que invitaba a su estudio para que posase, era el símbolo de un modo de vida, la universalización de una profesión miserable, sus figuras aparecían con medias o corset, como atributos identificativos de su profesión.
Su por estas escenas residía en un valor más íntimo y espiritual que le hacía establecer una instintiva identificación con esas mujeres, deformadas, desprotegidas y envueltas en miseria, cuyas miradas expresaban una infinita tristeza y el abatimiento de quienes asumen su degradación. Bajo los efectos del claroscuro que imprime en sus obras se esconde un brutal sentimiento de acusación, que sobrepasa la intensidad plásticas de los fauvistas. Tanto las prostitutas como sus personajes circenses estaban representadas como personajes vulnerables y frágiles, abandonados en medio de la inmensidad del mundo, solos e indefensos, a merced de los avatares de la vida de la calle y los caminos. Raramente en la historia del arte se había pintado con tanta repulsión y rechazo, casi asco a las prostitutas. Aunque la representación de estos temas ocupa las mejores obras de su carrera, a partir de 1914 sólo los retomará en contadas ocasiones.
Entre 1902 y 1904 también pintaría desnudos, composiciones con figuras de gran fuerza expresiva. Estos desnudos están claramente marcados por la huella de Cézanne y sus cuadros de bañistas, principalmente en los tonos azules y en el manejo de la acuarela, en la idea de los contornos que definen las formas, la utilización del arabesco y de los contrastes de color para conseguir las formas y esos cuerpos blancos y amarillos de las mujeres, modelados esculturalmente mediante pinceladas pesadas de materia pero sueltas de ejecución. En este caso su interés en el tema se centraba más en experimentar los efectos meramente pictóricos que le proporcionaba, aunque no estaba exento de cierta carga más espiritual, la pintura del desnudo le facilita la manera para ensalzar la gracia y la belleza del cuerpo femenino, por extensión de la mujer, de forma que su obra es el lenguaje que le permite transmitir una filosofía de vida y unos valores sociales.
En 1907, Rouault comienza una serie de cuadros que tenían como tema central los jueces y los juzgados, basada en los casos reales que contemplaba en los juzgados de París, donde se manifiesta de nuevo la indignación moral de Rouault. La primera de las piezas de esta serie El condenado (1907), la obra era de una fuerte tensión, enfatizada por el contraste del rojo del birrete y el negro de la toga de los letrados. En la escena se representan a un hombre y una mujer con rasgos grotescos que rayan la caricatura. Aunque la fuente de la escena era real, su presentación es intemporal, símbolo de la aflicción y el drama. Tampoco retomaría estos temas después de 1914, excepto unos cuantos retratos de jueces que realizó en los años finales de su vida.
Su obra despertó gran interés en los ambientes artísticos, prueba de ello fue la exposición individual que realizó en 1910-1911. A partir de estos años Rouault centra sus pinturas principalmente en figuras humanas. Los personajes de estas obras presentan formas grotescas y deformadas, son como espectros de obreros, comerciantes, artesanos en sus talleres, en un intento de manifestar su descontento, a la vez que le realidad, de unos modos de vida que se ven amenazados por el avance del mundo industrializado. En este sentido trabajó entre 1907 y 1914 en una serie de obras áreas suburbanas deprimidas, en las que abordaba el tema de la miseria, la pobreza y la marginación. Los protagonistas de estos cuadros son vagabundos, obreros, fugitivos, desheredados, que Rouault presentaba como héroes cristianos que redimen, que cargan con las culpas de los demás y expían sus pecados por medio del sufrimiento. En ellos introdujo la innovación técnica de usar pintura acrílica, que le permite una empastación menos refinada, en consonancia con los asuntos que estaba tratando, y eliminar el brillo del óleo. Con ello abría el progresivo aumento de material pictórico con que cargaría las obras de los últimos años.
Tras estas obras subyace el persistente mensaje del autor de manifestar su rechazo de los valores burgueses establecidos y la voracidad de la nueva sociedad individual y materialista. En Mister X (1911), Rouault expresaba esa repulsa por todos esos personajes burgueses, grandes y gordos, llenos de estupidez y orgullo, personas de éxito bien vestidas, en un retrato que permitía ver tanto su cuerpo como su alma. Esta aptitud rebelde y provocadora le llevó a burlarse de oradores, políticos, intelectuales, así como, cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, mantener una postura antialemana y a favor del pueblo judío, idea que se recoge en El judío errante (1918).
A partir de 1917, Rouault entró en una situación de seguridad económica y estabilidad vital. Se acrecentó, así, su fe en los valores artísticos de su obra, que alcanzó un mayor equilibrio compositivo y una mayor armonía entre las zonas de color.
Ese mismo año tuvo que ilustrar un texto, La reencarnación de Pére Ubú. Rouault aceptó el encargo con la condición de tener entera libertad para realizar las ilustraciones. El encargo le sirvió para crear la serie de grabados Miserere (1917), una meditación sobre la muerte que tenía en su cabeza desde 1912. Este trabajo le vuelve a llevar al estudio de las víctimas de la sociedad, de los esclavos negros, y las relaciones entre clases y razas. Durante años se dedicó a la realización de estas planchas, desde 1922 a 1927, que no se publicarían hasta 1948. La idea original del artista era crear 50 planchas que ilustraran esos temas y otras 50 referidas a la guerra, pero, finalmente, la serie que salió en 1927 constaba de 58 grabados con frases de la Biblia. La serie Miserere está en perfecta concordancia con su obra pintada, recogiendo la misma galería de personajes: pobres y ricos, jueces y condenados, burgueses, payasos, cristianos, etc.
Como había sucedido con la serie de Père Ubú, también en Miserere, Rouault realizó dibujos preparatorios, incluso bocetos al óleo, que luego pasaba a las planchas mediante la técnica del fotograbado, para terminar de perfilar los trazos en el cobre. El conjunto constituye una obra maestra dentro del género de la estampación. La obra en grabado de Rouault generó más interés y le reportó mayores éxitos internacionales que su obra pictórica.
Además de las series de grabados citadas, en 1927 ilustró Las flores del mal de Charles Baudelaire, siguiendo la misma línea de las series anteriores. A partir de 1930, vuelve al agua fuerte coloreado, logrando juegos cromáticos similares a las pinturas, ejemplo de ello son El Circo de la Estrella Fugaz (1938) y Pasión (1939). Tan intensa inmersión en el grabado no frenó, sin embargo, su desarrollo como pintor, a partir de 1930 los temas de sus estampas pasaron también a las telas, que cargaba con capas densas de pintura, colocadas en el lienzo de manera convulsiva e improvisada. Esta realización de la obra más gestual y experimental, le alejó de la carga conceptual de otras pinturas, tanto social como religiosa.
Como otros muchos artistas de su entorno, Rouault trabajó en la realización de escenografías teatrales. La reputación de Rouault y su reconocimiento internacional fue en aumento. Después de 1940, el estilo de Rouault sufrió otro cambio. Se empastó aún más su pintura, tratando de crear a través de la luz y el color que aumentara la espiritualidad de la obra. Imprimía en sus figuras hieratismo, simplificando las formas y dotándolas de falsa perspectiva. En cuanto a los temas de estos años, aunque trata pierrot y naturalezas muertas, en ocasiones vuelve a presentar la salvaje y violenta presencia de figuras humanas descompuestas, relacionado estrechamente con la Segunda Guerra Mundial, es el caso de Homo Homini Lupus: EL ahorcado (1944-8).
El impulsivo temperamento de Rouault se proyectó en todos los ámbitos de su vida. El fundamento general de su la obra de Rouault lo sitúa como uno de los pocos pintores religioso modernos. Su compromiso moral y su interés en hacerlo público queda perfectamente puesto de manifiesto tanto en sus obras religiosas, de espíritu virulento y expresivo de los primeros años, como en las representaciones más calmadas de sus años tardíos. La iglesia católica, que nunca había llegado a entender las obras de Rouault, ni la espiritualidad que ellas encerraban, se acercó a su arte después de la Segunda Guerra Mundial, incluso le encargó la realización de vidrieras.. Finalmente, el Papa Pío XII le concedió una medalla honorífica. Después de su muerte, la espiritualidad de sus obras y sus profundos y sinceros sentimientos serían plenamente reconocidos.
Más obras del autor en: http://www.epdlp.com/pintor.php?id=360