Sunday, October 22, 2006

El arte como sentimiento. HCA-01: El desencanto de la Revolución y la crisis del Clasicismo (XIV).

EPÍGRAFE: El arte como sentimiento. El fracaso de la razón y la importancia de lo mágico. El gusto por lo exótico.

La última década del siglo XVIII y el tiempo de Napoleón suelen considerarse los años de agonía del estilo Neoclásico, a la vez que el momento de mayor internacionalización de la moda del clasicismo. Para Hugh Honour esta época (asociada a los estilos Directorio e Imperio) supone la devaluación de los ideales estéticos del Neoclasicismo y la asunción de los motivos clásicos como ingredientes convencionales. Es el momento de lo que la crítica anglosajona principalmente denominó época del clasicismo romántico, término contradictorio pero que refleja lo confuso del momento, la mezcla del racionalismo, de la teoría iluminista, con lo irracional, el esoterismo y el sentimentalismo.

Desde finales de los años 80 tenemos ya manifestaciones de este neoclasicismo romántico como lenguaje propio y alejado del barroco clasicista. Los valores morales y estéticos del mundo antiguo, sobre todo los que se creía ver en la Roma Republicana, habían sido asumidos durante la Revolución como patrón para la vida civil, instalándose una moda clásica que lo mismo podía aplicarse a la arquitectura que al vestido o a las costumbres sociales.
En el Imperio la moda clásica se convierte en manía arqueológica, propiciada por el avance de las excavaciones, lo que da lugar a un tipo de decoración que podríamos denominar pompeyana.
El Imperio, por lo que tiene de centralismo y de polarización en la figura de Napoleón, busca sus modelos en la Roma Imperial, de una mayor riqueza decorativa. El arte no sólo se considera vehículo de educación sino, sobre todo, instrumento de propaganda para reflejar las virtudes y la grandeza del monarca y los desvelos por su pueblo. Las imágenes del Imperio Romano eran símbolos que podían manifestar con claridad la política de Napoleón, la grandeza de sus campañas y las anexiones de los países ocupados por sus ejércitos.
La producción artística en los diferentes países tuvo una gran similitud, en parte por el centralismo de París, pero sobre todo debido al prestigio de los artistas franceses, reclamados para trabajar en otras naciones.

Otros factores integrantes del Neoclasicismo que estaban presentes desde mediados del siglo XVIII, como el gusto por lo exótico, el interés por lo medieval, el pintoresquismo y la estética del sentimiento, cobran un papel destacado durante el Imperio y muestran los estrechos límites que existen con el Romanticismo. El gusto por lo exótico, lo chino, lo indio, lo turco, lo egipcio, estaba presente desde el Rococó. Sin embargo, la manía arqueológica centrada en las piezas y monumentos egipcios es ahora la moda más destacada. Egipto y su cultura se colocan en primer plano desde la expedición de Napoleón en 1798.

Las campañas de Napoleón instituyeron el clasicismo en los países ocupados, pero también hicieron emerger los nacionalismos (ver tema 3). El rechazo hacia el ocupante estimuló la búsqueda de lo autóctono, de las raíces culturales de cada nación y el interés por lo medieval como herencia histórica pura. La arquitectura gótica toma importancia al conocerse mejor sus sistemas constructivos, y algunos pintores, como Gros, enmarcan los hechos del Emperador en una arquitectura medieval.

Otro factor característico del final del Neoclasicismo es la estética del sentimiento, como se ha mencionado. No se trata de establecer un arte ideal que se base exclusivamente en la razón humana, sino de que el arte produzca sensaciones e impresiones, que se aparte del academicismo y, en cierto modo, sea una forma de sentir. El fracaso en algunos aspectos de la Revolución, la desilusión que sus resultados produjo en muchos artistas, hizo que se desconfiara de la razón como única orientación de las artes y que en su lugar se resaltaran aspectos hasta entonces marginados o poco tratados; nace el interés hacia lo oculto, lo misterioso o lo mágico, que tanta importancia representa en artistas como Fuseli o Goya. Así, se abren las puertas al Romanticismo.

La dualidad clásico-romántico.

Son más que conocidas las problemáticas fronteras entre los conceptos de Clasicismo y Romanticismo. Frente a la irreversible especialización del saber científico y a la primacía del Empirismo y la técnica en el Siglo de las Luces, el Romanticismo propugna una franca subversión. Pero sus mismos representantes se hallan claramente vinculados a la Ilustración. En este sentido, es importante tener en cuenta que el Romanticismo no es un estilo, ni un lenguaje, ni siquiera propiamente arte, sino más bien un fenómeno estético y civilizatorio que empieza siendo una nueva sensibilidad para acabar apareciendo como una concepción de la vida.

Su triunfo popular es literario y tardío (estreno de Hernani, de Víctor Hugo, 1830); sin embargo, el sentimiento romántico había ido haciendo su camino desde el siglo anterior. El prerromanticismo o el mal llamado clasicismo romántico no radicalizaron tanto la oposición entre lo clásico y lo romántico como lo iba a hacer posteriormente el Romanticismo más tardío, más popular y nacionalista.


Es un claro falseamiento del panorama del arte el establecer una división entre neoclásicos doctrinarios (no siempre tan doctrinarios) y prerrománticos progresistas (no siempre tan progresistas). Lo que es obvio es que existen claros precedentes románticos en el panorama más triunfante de la Ilustración.

Sea o no el sentimentalismo un arma de la burguesía para expresar su independencia espiritual con respecto a la contenida aristocracia, lo cierto es que muy pronto encuentra su expresión objetiva en el arte y se hace mas o menos independiente de su origen. El sentimiento se irá convirtiendo en el vehículo más seguro entre el artista y el público.


(Obra que ilustra el artículo: Paris y Helena. Autor: Jaques-Louis David).