Sunday, October 22, 2006

T. Gainsborough. HAC-01: El desencanto de la Revolución y la crisis del Clasicismo (XXVII).

T.GAINSBOROUGH.

Thomas Gainsborough (1727-1788) En Londres recibió el influjo del arte rococó francés a través del grabador Hubert Gravelot. Pero, nostálgico de su lugar natal, volvió a él, donde gozó de la clientela aristocrática que vivía en torno a los balnearios y las mesas de juego. En 1774, se reincorpora a Londres, exponiendo
periódicamente en los salones de la Academia, de la que fue socio fundador.

Allí tuvo que soportar la enemistad de Reynolds, pero gozó de la simpatía de un importante sector de la nobleza, la prensa y la familia real. En los últimos años, se enconó la enemistad con Reynolds y rompió con la Academia, celebrando las exposiciones desde entonces en su propio taller.

Gainsborough representa en la pintura el instinto y la espontanei­dad, como Reynolds el pensamiento. Rechaza todo intelectualismo. No se interesa por la pintura de historia y ni siquiera por el pasado. De los pintores antiguos sólo muestra simpatía por los holandeses del siglo XVII en lo que respecta al paisaje, y por van Dyck en lo que hace al retrato. Nadie ha realizado tan seductores retratos como él, poniendo el acento en la elegancia y desamparando la psicología. Huye de las caracterizaciones sociales que hacían la delicia de Reynolds. Sus perso­najes poseen un semblante romántico, soñador, prefiriendo insinuarlos en fondos desvanecidos de paisaje. Así surgen entre el boscaje los esposos Hallet sorprendidos por el pintor en los días inme­diatos a su matrimonio.

Combinación de retrato y paisaje se observa en el cuadro del “Sr. y la Sra. Andrews” (1749, Londres, National Gallery), en el que el estudio de la naturaleza, siendo aún artificial, proporciona el equilibrio necesa­rio para la inserción de la pareja en el escenario abierto. Los esposos posan a la sombra de un grueso y anciano árbol, sentada ella en un banco de hierro forjado mientras que él posa de pie, en una postura relajada e informal, siguiendo la estela de los retratos de Hogarth. A su lado observamos un perro perdiguero, evidente símbolo de la fidelidad y del amor del hacendado por la caza. Los gestos están captados de manera acertada, interesándose Gainsborough por mostrar la expresión de sus modelos.

A la derecha encontramos gavillas de trigo que simbolizan la fertilidad, lo que apuntaría a que el retrato se hizo al poco de contraer matrimonio los dos jóvenes. La belleza de la campiña inglesa queda patente en el fondo de paisaje, verdadero protagonista de la composición, mostrando una luz de atardecer estival cuyos reflejos hacen resaltar resplandores en el vestido de la dama. El resultado es una obra cargada de delicadeza y sensualidad, donde las suaves tonalidades inundan el conjunto para crear una escena difícilmente superable.

El recuerdo de van Dyck se halla patente en el “Niño Azul”, que expresa su diferencia con Reynolds. Para este pintor los colores fríos nunca deben ocupar la parte central del cuadro y hay que procurar una armonía entre pocos colores, bien matizados, pero Gainsborough en esta obra utiliza un solo color, el azul del rey, en una gama variada de semitonos. Sin embargo, el cuadro no es una réplica a un discurso de Reynolds; que Gainsborough se gozaba en su teoría lo prueba que años más tarde repitió la experiencia con el “Niño Rosa”, en que predomina esta tonalidad.

Fue retratista de moda; a él acudieron músicos y actores. De “Mistress Siddons” hizo una efigie memorable, captando la simpatía, compostura y elegancia del modelo.

También como paisajista debe ser ensalzado. Bebió en las fuentes del paisaje francés de tipo clásico (Poussin, Claudio de Lorena), luego basculó hacia Watteau, pero al fin encontró su camino en un paisaje sin artificio, a la manera de los holandeses. Son paisajes de un sobrio cromatismo, generalmente apoyados en un color base, que puede ser el verde o el siena. El hombre, cuando aparece, se pierde entre la bruma y la arboleda. Gusta de temas aldeanos, con participación de animales domésticos (La Choza, El Abrevadero, La Carreta, El Bosque, etcétera). En él se cumple el ideal de Rousseau de devolver el hombre a la naturaleza.